Beyond Politics: Safeguarding the US-Colombia Partnership
By
María Claudia Lacouture
President, Colombia-US Chamber of Commerce
As headlines announce Colombia’s entry into China’s Belt and Road Initiative, the Colombian private sector must avoid the swings of geopolitics and instead reinforce a relationship that has proven its strength and delivered concrete results: our alliance with the United States. This relationship must be understood through the foundations that have sustained it for decades: a shared business commitment to promoting development and prosperity in both nations.
The U.S.–Colombia partnership has been more than diplomatic; it is deeply rooted in trade, investment, education, security cooperation, and shared democratic values. Today, that alliance remains essential. The United States is Colombia’s main trading partner, with bilateral trade surpassing $36.7 billion in 2024, and is also the largest foreign investor in the country, with over $5.5 billion in direct investment across key sectors such as energy, manufacturing, technology, and financial services.
But this alliance is not one-sided. Colombia is a strategic partner for the United States in hemispheric security: it serves as a pivot due to its geographic location, and as a buffer that helps contain regional threats. In 2024, Colombia was the United States’ top trading partner in South America. That same year, U.S. agricultural exports to Colombia reached a record $4.5 billion—an increase of 21% compared to 2023—making Colombia the leading destination in the region and the third-largest in the Western Hemisphere. The trade balance favored the United States by more than $1.3 billion.
These figures are not abstract; they represent real employment, innovation, and opportunity. From a coffee exporter in Armenia to a tech startup in Barranquilla, and from a corn producer in Iowa to a New Jersey pharmaceutical company supplying hospitals in Colombia, this cooperation creates mutual and sustainable benefits.
That said, it is important to be clear: strengthening trade with other global partners is not, in itself, a mistake. Diversification is part of any sound economic strategy. However, geopolitics is not a field for improvisation. The Belt and Road Initiative is not limited to infrastructure projects; it involves engagement with a country that is not recognized as a market economy and does not operate under principles of free trade and institutional transparency. These kinds of relationships can lead to long-term financial dependencies, ambiguous conditions, and political realignments that could undermine Colombia’s credibility with historic allies—alliances built on tangible results for the benefit of both populations. The risk is not only reputational but also strategic: U.S. support—through trade preferences, institutional strengthening, and international cooperation—has been substantial and should not be taken for granted.
In this context, the private sector in both countries must take a leading role. Political decisions may change, but the business community, academia, civil society, and binational associations must ground this relationship in results. The Colombian-American Chamber of Commerce – AmCham Colombia, the U.S.–Colombia Task Force, the US – Colombia Business Council, and academic exchange programs all reflect the value of a partnership that transcends political cycles.
Companies must continue to deepen their ties, reaffirming that this relationship extends beyond ideological shifts. Joint innovation in agri-tech, digital services, renewable energy, and healthcare offers a window of opportunity that must not be missed. We must not allow a fleeting political narrative to weaken decades of progress.
We cannot allow ideological differences to translate into actions that penalize the Colombian people or weaken a decades-long alliance. The strength of this relationship lies in its ability to deliver shared benefits. The private sector must lead its consolidation, keeping it firm, coherent, and future-oriented. Let’s protect that foundation—by staying focused on progress, stability, and our shared future.
Más allá de la política: Protegiendo la alianza entre EE. UU. y Colombia
Por
María Claudia Lacouture
Presidenta, Cámara de Comercio Colombia-EE. UU.
Mientras los titulares anuncian la incorporación de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, el sector privado colombiano debe evitar los vaivenes de la geopolítica y, en cambio, reforzar una relación que ha demostrado su solidez y que ha generado resultados palpables: nuestra alianza con Estados Unidos. Esta relación debe apreciarse partiendo de los cimientos que la han sustentado durante décadas: un compromiso compartido entre empresarios para impulsar el desarrollo y la prosperidad en ambas naciones.
La asociación EE. UU.–Colombia ha ido más allá de lo diplomático; está profundamente arraigada en el comercio, la inversión, la educación, la cooperación en materia de seguridad y los valores democráticos que compartimos. Hoy en día, esa alianza sigue siendo indispensable. Estados Unidos es el socio comercial principal de Colombia: en 2024, el intercambio bilateral superó los $36 700 millones. Además, EE. UU. es el mayor inversionista extranjero en el país, con más de $5 500 millones en inversión directa en sectores clave como energía, manufactura, tecnología y servicios financieros.
No obstante, esta alianza no es de una sola vía. Para Estados Unidos, Colombia es un socio estratégico en la seguridad hemisférica: por su ubicación, actúa como un pivote y como un estabilizador que ayuda a contener amenazas regionales. En 2024, Colombia fue el principal socio comercial de EE. UU. en Sudamérica. Ese mismo año, las exportaciones agrícolas estadounidenses a Colombia alcanzaron un récord de $4 500 millones, un incremento del 21 % frente a 2023, situando a Colombia como el primer destino en la región y el tercero en todo el Hemisferio Occidental. La balanza comercial favoreció a EE. UU. en más de $1 300 millones.
Estos datos no son meros números: representan empleos concretos, innovación y oportunidades compartidas. Desde un exportador de café en Armenia hasta una startup tecnológica en Barranquilla; desde un productor de maíz en Iowa hasta una compañía farmacéutica de Nueva Jersey que surte medicamentos a hospitales en Colombia, esta colaboración genera beneficios mutuos y sostenibles.
Dicho esto, es preciso aclarar: fortalecer el comercio con otros socios globales no es, en sí mismo, un error. La diversificación forma parte de toda estrategia económica sensata. Sin embargo, la geopolítica no admite improvisaciones. La Iniciativa de la Franja y la Ruta no se reduce a obras de infraestructura; implica vínculos con un país que no es reconocido como economía de mercado y que no opera bajo principios de libre comercio y transparencia institucional. Relaciones de este tipo pueden generar dependencias financieras a largo plazo, condiciones opacas y reorientaciones políticas que podrían minar la credibilidad de Colombia con sus aliados históricos, alianzas construidas sobre logros tangibles en beneficio de ambas poblaciones. El riesgo no es solo reputacional, sino también estratégico: el apoyo estadounidense —mediante preferencias comerciales, fortalecimiento institucional y cooperación internacional— ha sido significativo y no debe darse por descontado.
En este escenario, el sector privado de ambos países debe asumir un rol protagónico. Las decisiones políticas pueden variar, pero la comunidad empresarial, el ámbito académico, la sociedad civil y las asociaciones binacionales deben cimentar esta relación sobre resultados concretos. La Cámara Colombo-Americana de Comercio (AmCham Colombia), la Fuerza de Tarea EE. UU.–Colombia, el Consejo Empresarial EE. UU.–Colombia y los programas de intercambio académico son ejemplos del valor de una asociación que trasciende los ciclos políticos.
Las empresas deben seguir estrechando sus vínculos, demostrando que esta relación va más allá de los cambios ideológicos. La innovación conjunta en agrotecnología, servicios digitales, energías renovables y salud ofrece una ventana de oportunidad que no podemos dejar pasar. No podemos permitir que una narrativa política pasajera desmantele décadas de progreso.
No debemos permitir que las diferencias ideológicas se traduzcan en medidas que perjudiquen al pueblo colombiano o debiliten una alianza con décadas de historia. El poder de esta relación reside en su capacidad para generar beneficios compartidos. El sector privado debe liderar su consolidación, manteniéndola sólida, coherente y orientada hacia el futuro. Protejamos esos cimientos: enfoquémonos en el progreso, la estabilidad y nuestro porvenir común.