Los grandes estarán por siempre
De PABlo SCOTELLARO
El dolor parte el alma. No te fuiste Pepe. Te quedaste entre nosotros. Nos enseñaste a ser grandes, a ver estoicamente la humildad como camino. No te vas Pepe, quedas en nuestro espíritu
Y estarás a la izquierda de Dios padre soñándo con el hombre nuevo. En la grandeza que solo
Pocos pueden vivir con estas palabras que brotan del alma ayer reaccione ante la impotencia y el dolor de ver partir a un grande. Antes que nada, quiero aclarar que no soy un militante político y lejos esta de mi idolatrar personajes o consignas. Pepe Mujica es más que un líder o una bandera, es y se me permite, una visión del mundo que evoca a los héroes de antaño, viejo, tosco, rezongón, sabio, dulce y estoico, te embriaga la mente de ideas y sueños , es una luz un símbolo, la pureza del ser , en la valentía de la austeridad y el romanísimo.
De joven idealista y valiente seducido por las ideas del mayo francés, vuela de las ideas a la acción, cual libertador tras una quimera que se quiebra en la derrota, el pozo y la soledad más profunda. Sabio conciliador quebrado, indómito, recorre los caminos del silencio y evoca la reflexión con su hormiga como viernes en el naufragio bajo tierra de la crueldad y el cautiverio.
Luego de seis años la luz lo lleva a la celda y los libros al entendimiento y se forja de la derrota la primavera. Muchos veranos e inviernos entre los pisos y las rejas se pule cual piedra y artista, se fortalece y renace hacia la libertad de la democracia que vive nuevamente la busca en la política el nuevo porvenir y al hombre nuevo, cultiva flores con Lucia, renace la belleza, eleva el alma desde un humilde hogar, y sueña, y vaya que sueña.
Del ramo, la plaza al aire, se la juega y nuevamente toma el metal como herramienta pero ya no es un fusil, él sabe que la palabra es más y cual alquimista lanza al aire una radio, grito de libertad, voz de los que ama.
Los pazos del camino lo llevan a rumbear a la vida y timonear pueblo e ideas, hace de la coherencia su lema, de la humildad la virtud, llega en moto al senado, y busca la causa de los pueblos , se enamora del campo y las manos curtidas de sus habitantes los guía les enseña ya, un camino y por elección se convierte en el primero de nosotros , nuestro Presidente.
Pepe el del autito viejo y el del asado, gana la atención del mudo , construye acierta y se equivoca , es llano es autentico, en un lustro da lo mejor ,muestra un camino , no cambio su chacrita ,ni sus quimeras. Nos cambió a nosotros nos volvió más humanos.
Los años avanzan y el viejo es una autoridad general, de todos los puntos de la tierra lo visitan y el sigue cultivando sus flores las nuestras en su jardín de amor criando hijos de la sabiduría que son mas unidos que los propios ríos de la sangre.
El modesto filosofo pule el alma en el conocimiento y se eleva al patrimonio global con un canto de Paz y reconciliación, con la bandera de los pobres y con el entendimiento en su norte frondoso
Hace no mucho fui y tomamos una botella que le regalo quizás uno de sus referentes , le di un abrazo por ultima vez y las meditaciones de Marco Aurelio,junto a Pacha Sánchez, sin lugar a dudas su gran discípulo.
Cuando la noche lo encierra nuevamente y no sus enemigos ,de su alito promulga un grito de valentía que tembló hasta el cáncer, No hay cordero que se salvo balando y con el cuerpo roto el viejo siguió peleando hasta lograr que sus hijos lograran nuevamente el gobierno.
Hoy no ha muerto, hoy vive, está en estas letras , en estas lágrimas, está en las ideas en los sueños ,que son parte del todo , en mi voz ,en aquellos que amamos la bondad el sacrificio ,el arrepentimiento ,el perdón y la gloria , esta ultima solo llegan Grandes como Pepe.
Pablo Scotellaro
Presidente ejecutivo de Certal
The Great Ones Will Live Forever
Pain cleaves the soul. You did not leave, Pepe; you stayed among us. You taught us to stand tall, to see humility—stoically—as the road. You are not leaving, Pepe; you remain in our spirit, and you will sit at God the Father’s left hand, dreaming of the new human being, of that greatness only a few are privileged to know. These words burst from my soul yesterday—my helpless grief at watching a great man depart.
First, let me say I am not a political militant; idol-worship of people or slogans is alien to me.
Pepe Mujica is more than a leader or a flag; he is—if I may—a worldview that summons the heroes of old. Old, rough, grumbling, wise, gentle, stoic: he fills the mind with ideas and dreams. He is a light, a symbol, the purity of being, steeled by the courage of austerity and a thoroughly Roman sense of duty.
As a young idealist, brave and seduced by the spirit of May ’68, he leapt from thought to action like a liberator chasing a chimera—only to be shattered by defeat, by the pit, by deepest solitude. Broken yet untamed, a conciliatory sage, he walked the silent paths and found reflection with an ant—his Friday—amid the underground wreck of cruelty and captivity.
After six years, light seeped into his cell and books opened his understanding; out of defeat he forged a springtime.
Many summers and winters among floors and bars polished him like stone in an artist’s hand; he grew stronger and was reborn into the freedom of a living democracy. In politics he sought a new future and the “new human.”
With Lucía he cultivated flowers; beauty was reborn. From a humble home he lifted spirits—and dreamed, oh how he dreamed. From the bouquet, from the open square, he risked everything once more and again took metal in his hands, but no longer a rifle. He knew words were mightier, and like an alchemist he sent a radio into the air—a cry of freedom, a voice for those he loved. The steps of the road led him to steer lives and ideas. Coherence became his motto, humility his virtue.
He arrived at the Senate on a motorcycle, sought the people’s cause, fell in love with the countryside and the calloused hands of its folk, guided them, showed them a way, and—by their choice—became first among us, our President.
Pepe, with his little old car and his barbecues, captured the world’s attention. He built, he hit the mark, he erred. Plain and authentic, in five short years he gave his best and pointed to a path.
He never traded his tiny farm or his dreams. He changed us—made us more human.
The years rolled on and the old man became a moral authority for all. From every corner of the earth they visited him, while he kept tending his flowers—ours—in his garden of love, raising children of wisdom, more united than rivers of blood.
The modest philosopher honed the soul through knowledge and rose to global stature with a song of peace and reconciliation, carrying the banner of the poor and guided by abundant understanding.
Not long ago I visited him. We shared a bottle—perhaps a gift from one of his mentors. I hugged him for the last time, Marcus Aurelius’ Meditations in hand, beside Pacha Sánchez—without doubt his great disciple. When night enclosed him once more—no longer his enemies—his breath issued a cry of courage that made even cancer tremble: “No lamb ever saved itself by bleating.”
And with his body broken, the old man kept fighting until his children once again won the government.
Today he has not died; today he lives— in these lines, in these tears, in the ideas and dreams that are part of everything, in my voice, in all of us who cherish kindness, sacrifice, repentance, forgiveness, and that glory reached only by the truly Great—like Pepe.
Pablo Scotellaro
Executive President, CERTAL