are Stablecoins Becoming the New Dollar for Latin America?
Everyone is talking about Bitcoin’s ups and downs. However something way more practical is happening across Latin America: people are turning to stablecoins to make the day. It’s not about getting rich. If you’re not familiar, stablecoins are digital currencies that are fixed to the U.S. dollar—think USDT (Tether) or USDC. They don’t swing wildly like Bitcoin. One stablecoin = one dollar (give or take). That’s exactly what makes them so useful in countries where the local currency loses value every week, banks are expensive or unreliable, and people need something that just works.
Take Bolivia, for example. The government banned crypto years ago. Officially, you can’t trade it, use it, or pay with it. But walk through the streets of Cochabamba, scroll through Telegram, or ask a young freelancer—and you’ll find stablecoins everywhere. People trade USDT peer-to-peer on WhatsApp. Why? Because they can’t get dollars from the bank, and the boliviano is stuck in a rigid system with limited access to hard currency. Stablecoins have quietly become the digital dollar of choice for those outside the formal economy. It’s a form of dollarization from below—citizens creating their own plan B.
Now head over to Argentina. Inflation has finally started to slow down a bit, but people still don’t trust the peso. After years of triple-digit inflation, anyone who can is still looking for a safer way to store their money. For freelancers, small business owners, and regular people in cities like Buenos Aires or Córdoba, stablecoins have become a solid option through apps like Lemon and Belo. It’s faster than using banks, and your money holds value.
In Brazil, the Central Bank launched Pix, a fast, free mobile payment system that’s taken off like wildfire. In just a few years, Pix has turned smartphones into wallets—even for people who never had bank accounts. You can send money instantly, 24/7, with no fees. It’s not crypto, but it’s changed how Brazilians think about money. And now, some use Pix for everyday local stuff—and stablecoins to save in dollars or move money across borders. The two systems are starting to overlap in real life. Moreover Brazil’s central bank has been working on DREX a blockchain based version of the Real Brazil’s national currency. Roll-out is expected in 2026.
And let’s not forget remittances. Latin America gets more than $150 billion in money sent from abroad every year—money that keeps families and entire economies going. Usually, those transfers come with high fees and long waits. But with stablecoins, someone in the U.S. can send digital dollars to a cousin in Honduras or El Salvador instantly and cheaply. No waiting in line. No 10% cut from a money transfer service.
However tablecoins aren’t everywhere yet. In rural areas, cash is still used. Not everyone has a smartphone or knows how to use a wallet. Scams and fraud are common, especially when there’s no regulation. And governments are all over the place—Brazil is leading with smart laws, but others like Bolivia and Ecuador still ban crypto completely (even though people use it anyway).
So, are stablecoins saving Latin America? Not quite. But for a growing number of people—especially in places where the formal economy isn’t working—they're keeping people afloat. A quiet kind of stability that lives on your phone, not in a bank. Governments should catch up to what people are already doing. That means clear rules, safe apps, real consumer protection, and maybe even public digital currencies that work with stablecoins instead of trying to replace them.
¿Se están convirtiendo las stablecoins en el nuevo dólar para América Latina?
Todos hablan de las subidas y bajadas del Bitcoin. Pero en América Latina, está ocurriendo algo mucho más práctico: cada vez más personas están usando stablecoins para resolver su día a día. No se trata de especular o hacerse rico. Para quienes no las conocen, las stablecoins son monedas digitales vinculadas al dólar estadounidense—como USDT (Tether) o USDC. A diferencia del Bitcoin, no tienen grandes fluctuaciones: una stablecoin equivale, más o menos, a un dólar. Y eso es clave en países donde la moneda local se devalúa constantemente, los bancos cobran comisiones altas o simplemente no funcionan bien, y la gente necesita una forma segura y rápida de guardar o mover su dinero.
Miremos Bolivia. Aunque el gobierno prohibió oficialmente las criptomonedas en 2014 (Banco Central de Bolivia), eso no ha detenido su uso. Si caminas por Cochabamba, revisas Telegram o hablas con jóvenes freelancers, verás que las stablecoins están por todos lados. Muchos intercambian USDT directamente por WhatsApp. ¿La razón? Los dólares escasean en los bancos, y el boliviano está atrapado en un sistema rígido con poco acceso a divisas. Así, las stablecoins se han convertido en el dólar digital de quienes están fuera del sistema financiero formal. Una forma de dolarización desde abajo—una estrategia popular y silenciosa para sobrevivir.
En Argentina, la historia es parecida. Aunque la inflación ha empezado a desacelerar (INDEC), la confianza en el peso sigue por el piso. Tras años de inflación de tres cifras, quienes pueden buscan resguardar su dinero en algo más estable. Para trabajadores independientes, pequeños comercios y ciudadanos comunes en lugares como Buenos Aires o Córdoba, las stablecoins ya son parte del día a día gracias a aplicaciones como Lemon o Belo. Son más rápidas que los bancos y protegen el valor del dinero.
En Brasil, el sistema Pix ha revolucionado los pagos. Creado por el Banco Central, permite transferencias móviles instantáneas y gratuitas, las 24 horas del día. En pocos años, convirtió los celulares en billeteras digitales, incluso para quienes nunca tuvieron una cuenta bancaria. Aunque Pix no es cripto, ha transformado la relación de millones con el dinero. Hoy, muchos brasileños usan Pix para pagos locales, y stablecoins para ahorrar en dólares o hacer transferencias internacionales. Las fronteras entre ambos sistemas empiezan a mezclarse. Además, Brasil avanza con DREX, su propia moneda digital basada en blockchain, que se espera para 2026.
Tampoco hay que olvidar las remesas. América Latina recibe más de 150 mil millones de dólares al año en envíos desde el exterior—un ingreso vital para millones de familias. Tradicionalmente, estas transferencias son lentas y costosas. Con stablecoins, alguien en Estados Unidos puede enviar “dólares digitales” al instante y casi sin comisiones a familiares en Honduras o El Salvador. Sin filas. Sin comerse el 10% en comisiones de empresas como Western Union.
Aun así, las stablecoins no llegan a todos. En áreas rurales el efectivo sigue siendo rey. No todas las personas tienen smartphones, acceso a internet o conocimientos sobre monederos digitales. También abundan las estafas, sobre todo en ausencia de regulaciones claras. Los gobiernos siguen divididos: mientras Brasil avanza con marcos legales modernos (Marco Legal de Criptoactivos), países como Bolivia o Ecuador aún prohíben oficialmente las criptomonedas (aunque la población las use igual).
¿Están las stablecoins salvando a América Latina? No exactamente. Pero sí están ofreciendo un salvavidas a millones que quedan fuera del sistema. Una forma discreta de estabilidad, que no vive en los bancos sino en los celulares.
Los gobiernos deberían dejar de mirar para otro lado y ponerse al día con lo que ya es realidad para sus ciudadanos: establecer reglas claras, proteger a los usuarios, fomentar plataformas seguras y pensar en monedas digitales públicas que se complementen con las stablecoins en lugar de competir contra ellas.